No sólo por su alcance político es la Eneida el libro romano por excelencia; lo es también porque cumple los esfuerzos y ambiciones presentes desde el nacimiento mismo de la literatura romana. Cada hecho decisivo de la poesía nacional -la Odisea de Livio Andrónico, la Guerra Púnica de Nevio, los Anales de Ennio- es un paso que apresura la aparición de la Eneida. La figura inicial de la literatura latina es el liberto semigriego Livio Andrónico, que traslada en verso nativo parte de la obra de Homero y de los trágicos, coordenadas de sensibilidad que situarán la obra de Virgilio. La obra seria de Nevio, primero de estos poetas nacido en suelo romano, es también épica y trágica. Pero la epoyeya es nacional y esencialmente contemporánea. En forma continua, a la manera de los Anales, narraba la historia primitiva de Roma como introducción al relato extenso de la primera guerra púnica; pero se apartaba de la sequedad de los anales al señalar el origen de la enemistad entre Cartago y Roma en los amores de sus antepasados Dido y Eneas -el gran episodio de la Eneida que hacía llorar a San Agustín.También Ennio, campeón del helenismo, que encamina definitivamente la literatura romana dentro de la imitación griega, cultiva infatigable la tragedia ática y narra la historia de Roma en una larguísima epopeya cuyo título -los Anales- da idea de su estructura; pero, si no en cuanto al plan, los Anales representan el antecedente más importante de la Eneida, en cuanto a la imitación de los poemas homéricos. En la visión que le servía de prólogo, Ennio se daba no por discípulo, sino por reencarnación de Homero: homéricos son los símiles que animan el relato, homérica la intervención humana de los dioses que mueven la acción. Además de adaptar paisajes aislados, Ennio se empeñó en imitar dentro de lo posible con la recia habla latina, el delicado artificio de la lengua que sólo para el verso habían labrado durante generaciones los aedos griegos; y, de hecho, más importante todavía, los Anales rompen con la tradición itálica para adoptar el verso hexámetro, amplio y flexible, de la métrica griega. En su momento, el hexámetro de Ennio, vasallaje deliberado al prestigio del arte griego, fue frente al verso saturnio nacional lo que en tiempos de Boscán y Garcilaso el endecasílabo italiano frente a los metros humildes del Cancionero. Virgilio sin el hexámetro es más inconcebible todavía que Herrera sin el endecasílabo.
María Rosa Lida

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